Querido Juan,
Hace un par de semanas me encontré enrolada en una de esas conversaciones que parecen remover el recoveco de mis recuerdos. ¿Te imaginas una charla de café, un te, un buen vino? Estaba yo con Margarita y su mamá, llegaron luego el vecino y la hermana mayor. La madre de Margarita logró intimidarme un poco. Es cierto, a poco que me dejo se tambalea este mundo hecho de ilusiones.
Ella contaba de cuando viajó a Praga y el tiempo que le llevó olvidarse de su propia patria. Yo me sentí -me siento- como extranjera en mi tierra; hace años que salí huyendo, lo sabes, y ahora que vuelvo siento que no pertenezco ya más a ese sitio que tanto amé. ¿Me habré olvidado de los buenos tiempos?, ¿el dolor me ha borrado los recuerdos?, ¿me he convertido en ciudadana sin patria?, ¿o soy ya un eterno extranjero en tierra de nadie?
No me lo digas; como a ella, me da miedo volver; y como a ella, me da miedo quedarme. No reconoceré los campos, ni el riachuelo que pasaba junto a la casa, ni las tardes que perdí tumbada en el pasto jugando con las nubes mientras esperaba el anochecer para encontrar esa estrella fugáz que tanto me prometiste... Ahora me he vuelto desconfiada, ya lo ves. A poco que me viste partir dejé detrás de mi el castillo de naipes...
Espero tus letras, ya te responderé a la vuelta y en persona. Tengo las maletas hechas, pero voy de paso -ya lo sabes-, que ahora me siento incapáz de quedarme quieta en ningún sitio.
Siempre tuya,