A los compositores les gusta jugar con la imaginación... Van tarareando notas que, algunas veces, esperan plasmarse en el papel; y otras, ser presas de improvisación en algún instrumento.
No es tarea compleja distinguirlos en la calle. Éste, en particular, era muy galante; caminaba distraidamente pisando las hojas secas que encontraba a su paso, silbando y cubriéndose las manos con unos guantes verdes y gruesos: unas manos de pianista.
Llevaba un abrigo negro, una bufanda marrón y unos zapatos cafés. El pantalón no se distinguía bien, pero era fácil imaginar que era un tipo mal combinado para los estándares del mundo de la moda. Y eso a él no le importaba, llevaba su mundo por dentro y recordaba aquellas épocas en que pasaba el día entero tocando en su viejo piano de Londres.
Extrañaba ese piano, pero ahora que había decidido viajar era casi imposible llevarlo con él. Vamos, que no era una guitarra, o una flauta, o... Era un piano grande, muy grande... Y bueno, tal vez demasiado bueno.
Seguía meditabundo cuando, ya bien entrada la noche, se topó con esa vieja tienda donde vendían chucherías. Era de un señor al que le gustaba comprar cosas viejas para revenderlas. Se asomó para curiosear..., la puerta estaba abierta... Decidió entrar.
Y allí en el fondo lo encontró. Majestuoso, de buen roble y con teclas de marfíl. Por qué si tantas veces había estado en aquél lugar no había visto ese piano, o no lo había visto como aquella noche...
Fue la noche de un domingo de Pascua... Le temblaban los dedos, quería deslizar sus manos sobre ese piano que, por la finura de sus teclas, parecía no haber sido tocado en años. El placer aumentaba, las notas viajaban en su cabeza, su dedos seguían temblando y allí comenzó todo...
Un minuet a dos cuartos... Primer movimiento: piano, in crescendo, lento. Segundo movimiento: a dos manos, decrescendo, moderato... Tercer movimiento: Allegro, centrado, con un pitsicato por aquí y otro por allá, al antojo del compositor... Cuarto movimiento: primero andante, después lento, piano, pianísimo...
Le sudaba la frente y ahora le temblaba también todo el cuerpo. Serían testigos la luna, el piano y él... Cuándo volvería a tocar una pieza como aquella, se preguntaba sin entretenerse mucho en elucubraciones... Talento tenía, y mucho; pero ése, ése no era su piano...
Salió sigilosamente del lugar y se prometió nunca olvidar aquella velada, sabía que el piano la recordaría también y la llevaría en sus cuerdas, en su roble y en sus teclas de un marfíl blanco y precioso.
Si los painos hablaran seguramente éste le diría --Gracias!, gracias porque me has hecho vivir una de las mejores noches de mi vida...
No es tarea compleja distinguirlos en la calle. Éste, en particular, era muy galante; caminaba distraidamente pisando las hojas secas que encontraba a su paso, silbando y cubriéndose las manos con unos guantes verdes y gruesos: unas manos de pianista.
Llevaba un abrigo negro, una bufanda marrón y unos zapatos cafés. El pantalón no se distinguía bien, pero era fácil imaginar que era un tipo mal combinado para los estándares del mundo de la moda. Y eso a él no le importaba, llevaba su mundo por dentro y recordaba aquellas épocas en que pasaba el día entero tocando en su viejo piano de Londres.
Extrañaba ese piano, pero ahora que había decidido viajar era casi imposible llevarlo con él. Vamos, que no era una guitarra, o una flauta, o... Era un piano grande, muy grande... Y bueno, tal vez demasiado bueno.
Seguía meditabundo cuando, ya bien entrada la noche, se topó con esa vieja tienda donde vendían chucherías. Era de un señor al que le gustaba comprar cosas viejas para revenderlas. Se asomó para curiosear..., la puerta estaba abierta... Decidió entrar.
Y allí en el fondo lo encontró. Majestuoso, de buen roble y con teclas de marfíl. Por qué si tantas veces había estado en aquél lugar no había visto ese piano, o no lo había visto como aquella noche...
Fue la noche de un domingo de Pascua... Le temblaban los dedos, quería deslizar sus manos sobre ese piano que, por la finura de sus teclas, parecía no haber sido tocado en años. El placer aumentaba, las notas viajaban en su cabeza, su dedos seguían temblando y allí comenzó todo...
Un minuet a dos cuartos... Primer movimiento: piano, in crescendo, lento. Segundo movimiento: a dos manos, decrescendo, moderato... Tercer movimiento: Allegro, centrado, con un pitsicato por aquí y otro por allá, al antojo del compositor... Cuarto movimiento: primero andante, después lento, piano, pianísimo...
Le sudaba la frente y ahora le temblaba también todo el cuerpo. Serían testigos la luna, el piano y él... Cuándo volvería a tocar una pieza como aquella, se preguntaba sin entretenerse mucho en elucubraciones... Talento tenía, y mucho; pero ése, ése no era su piano...
Salió sigilosamente del lugar y se prometió nunca olvidar aquella velada, sabía que el piano la recordaría también y la llevaría en sus cuerdas, en su roble y en sus teclas de un marfíl blanco y precioso.
Si los painos hablaran seguramente éste le diría --Gracias!, gracias porque me has hecho vivir una de las mejores noches de mi vida...