Seis meses antes de cumplir los 18 años mi papá me llevó a tramitar la credencial de elector. ¿Me llevó?, ¡qué digo!, me acompañó. No recuerdo bien qué me dijo, pero seguramente algo se quedó por ahí revoloteando en mi cabeza y lo que para muchos era LA identificación que les abría las puertas de los antros más nice, las bebidas más exoticas y los cigarros de moda, para mi -además-, supuso un símbolo de lo que se covertiría en mi en el deseo utópico de ser una "buena ciudadana".
Desde entonces no fallo a una elección, excepto, ¡claro!, la que acaba de pasar este 5 de julio. ¡Carajo!, me da rabia porque me vi obligada a dejar mi voto en blanco. Me vi "obligada" a hacer lo que muchos eligieron con más o menos conciencia. ¿Por qué? Pues resulta que torpemente perdí mi credencial de elector por segunda vez en un año, y las dos veces en un país que no es el mio, y "retramitarla" es bastante tardado, además de hacer unas coooolas enoooormes hay que esperar aproximadamente treinta días para recibirla en persona, treinta días que por cierto no tengo.
Y, si a eso le sumo que desde el extranjero no puedo votar, pues eso, mi "voto" quedó por primera vez en blanco sobre blanco. Y me uní a lo que llamaron la campaña del "voto nulo" y voté por "el candidato sin rostro" y sin "propuesta política definida". ¿Qué habría hecho de tener esa credencial conmigo y haber estado en México?, ¿me habría dejado llevar por la "tentación" de dejar mi voto en blanco?, ¿lo habría anulado?, ¿habría dado mi voto a un solo partido?
¡Cuánto nos falta para alcanzar una verdadera Democrcia! Creo que un buen Congreso debe representar a todas las mayorías, minorías e intereses de la gente de un país, que la gente es lo primero antes de cualquier interés egoista de partidos. Y me mantengo apartidista, -que no apolítica-, hasta nuevo aviso.