lunes, septiembre 17, 2007

¡Salir de trasgos para caer en lobos!

"... las cosas que es bueno tener y los días que se pasan de un modo agradable se cuentan muy pronto, y no se les presta demasiada atención; en cambio, las cosas que son incómodas, estremecedoras, y aún horribles, pueden hacer un relato, y además lleva tiempo contarlas".
(el Hobbit)

Dejó caer el libro sobre sus cortas piernas. Era un día de lluvia, las gotas escurrían por la ventana y apenas se dejaba ver un halo de luz, pronto anochecería y hacía frío. Se había acurrucado en aquel sillón junto a la chimenea, era su lugar preferido. Desde ahí observaba a la abuela en su mecedora con el pelo grisáceo y alborotado, veía a los gatitos ronronear entre el estambre y se alumbraba con la escasa luz que llegaba del fuego que apenas lograba calentarle un poco las manos.

Las hojas pasaban con sus blancos y frágiles dedos una tras otra y mientras no parara de llover no tenía porque dejar aquél ritual. Un capítulo y otro se los devoraba. Al llegar la noche dejaba al Hobbit junto a la mesilla de la lámpara y comía chocolates, panecillos y leche bien caliente. Sus bigotes eran bastante simpáticos, se formaban como copos de nieve a cada sorbo hasta terminarse el vaso. Luego volvía a sumir la mirada en aquellas páginas.

Así pasó todo el verano. Pensando tal vez que gracias a esas cosas horribles y estremecedoras logró compartir aquellos meses con el Hobbit, los gatitos, el chocolate, la abuela, la lluvia, los panecillos y la leche.

Soñaba con aquél anillo mágico. Se estremecía con los trasgos, orcos y lobos. "Empezó a sentir miedo, y esto es malo para pensar". Y pronto se dió cuenta que hay cosas que no vale la pena contar. El relato lo leyó y nunca más con nadie lo compartió.

"--¿Por qué habré despertado? -sollozaba-. Tenía unos sueños tan maravillosos..."



7 comentarios:

Juanan dijo...

¡Me encanta el Hobbit! Es mucho más simpático que El Señor de los Anillos.

am dijo...

Uno de mis libros favoritos, concuerdo con Juanan, me gusta más que el Señor de los Anillos. ¿Sabías que la historia empezó como un cuento para dormir a su hijo?

Anónimo dijo...

Me gustan ambos, mucho. Tanto que lamento haberlos leído, porque ahora no me los puedo leer por primera vez.

atikus dijo...

No soy un experto en estas historias, vamos, que aparte de la trilogía en el cine soy un ignorante, es que uno no tiene tiempo para todo y desde luego este tema es muy interesante, algún día caerán esos libros ;)

Juan Manuel Escamilla dijo...

Gracias por revivir en mi recuerdo días menos grises.

patzarella dijo...

juanan: es genial, ¿verdad?

am: ¿de verdad?, ¡qué creatividad de papá y qué suerte la del hijo!

néstor: apuesto a que si los vuelves a leer les encuentras cosas nuevas a cada uno y serán como la primera vez o mejor aún ;-) Siempre he creído que cada lectura la disfrutas diferente en cada momento de la vida...

atikus: te va a gustar, verás que sí. Mi hermano de 9 años lo empezó la semana pasada y la llegó a la mitad !!! (claro, seguro no tiene otra cosa que hacer el chilpayate, jaja)

garcín: ¡hoy salió el sol!, ¡asómate a la ventana! ¡Bienvenido a patzarella de ideas! ;-)

Rafael González-Vázquez dijo...

Te comento tu post con un poema que providencialmente acabo de leer,
Cuidate,
R

Aunque sea un instante
(Jaime Gil de Biedma)

Aunque sea un instante, deseamos
descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.

Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.

Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
levvándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.

Así que a cada vez que este temor,
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
-invocando un pasado que jamás existió-

para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.